miércoles, 20 de marzo de 2013

Máscaras de porcelanas - Capítulo II -

En la antigüedad, las pesadillas eran consideradas como obras de monstruos; seres malignos y amorfos sentados sobre nuestro pecho. Estos seres, capaces de entrar en nuestra casa de noche mientras dormimos; pueden pasar por debajo de las puertas, lo ojos de las cerraduras o incluso se filtran entre las paredes. Colocando su  cuerpo; pesado como el plomo oprimiendo el pecho de su victima, evitan que se mueva y pueda respirar con tranquilidad, ocasionándole pesadillas.

Desde niño he tenido sueños extraños; pesadillas dirán otros, para mí tan sólo son diferentes. Algunos en verdad me han aterrado, pero tras todos estos años me siento acostumbrado. Me resulta de lo más normal despertarme agitado con recuerdos de sucesos inexistentes (pero reales en mi memoria) dignos de una historia de terror. Pero desde hacía ya un par de noches mis "sueños diferentes" giraban en torno a la misma persona... esa cara, ese pelo rubio, esos ojos verde claro... la misma niña, el mismo sueño.

Jamás había visto a una niña siquiera parecida a ella. No es extraño ver personas desconocidas en un sueño, lo raro es que esa misma persona siga apareciendo una y otra vez noche tras noche entre todos sueños. Al principio (no podría recordar hace cuanto) era tan sólo una imagen distante en el cuadro de todo mi recuerdo, pero fue ganando importancia en mis sueño (fuera o no pesadilla) hasta ser la actriz principal en cada uno de ellos, y últimamente, el mismo sueño, ya con esta tres noches seguidas inmerso en el mismo escenario, seguía sin entender su significado, sin saber quien era esa niña, donde la habría visto y porque no me la podía sacar de la cabeza.

Tarde otra vez, me lavaba la cara pensándolo detenidamente - Está bien, siendo tan tarde no tiene sentido intentar apurarme -. Sería una de esas raras ocasiones en que podría desayunar antes de irme a la universidad. Tampoco es que tuviera mucho de donde escoger; medio litro de leche, un cuarto de salchicha, quizá algo de queso, unos cuantos huevos y un poco de pan que con algo de suerte no estaría cubierto de moho. No es que me gustara la monotonía que presentaba mi nevera, pero desde que había comenzado a vivir solo fui perdiendo de a poco el gusto por la cocina, además con el pretexto perfecto de la falta de tiempo había adquirido el hábito de comer cualquier cosa en cualquier parte. Después de comer un par de huevos con salchicha (el pan ya estaba duro) estaba justo a tiempo para llegar tarde a la tercer hora, así que sin perder todavía más tiempo me fui a clases.

El trayecto de mi casa al colegio no es largo, pero como siempre lo camino con calma a modo que nadie que no supiera de mí pudiera adivinar el apuro de que debería tener. El Sol ya pegaba de lleno, - Un hermoso día soleado, desperdiciado en la escuela -. Estaba realmente cansado, con un poco de suerte sobreviviría las clases y regresaría a casa, a dormir... a no soñar con ella, quizá si otra pesadilla, pero no una con ella. Así me fui caminando... engañándome, fingiendo que no sabía que está noche sería como la pasada, y la noche anterior a esa, que la niña estaba aguardando por el momento en que estuviera dormido, para pasar a través del ojo de la cerradura, sentarse sobre mi pecho y sin dejarme respirar meterse en mis sueños sin permiso y probarme otra vez esa máscara.

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