jueves, 28 de marzo de 2013

Un escrito cualquiera

Ser feliz... lo busqué por tanto tiempo y tan desesperadamente... hoy ya no recuerdo ni siquiera porque tenía tantas ganas de llegar a serlo. Pero si que tenía muchas ganas de ser feliz, y de verdad creí que se podía; que de tanto saltar terminaría por alcanzar finalmente alguna estrella. Terminé aprendiendo a saltar, sí, pero no hay estrellas en mis manos y en mis noches no tengo nadie a quien abrazar, y es que el que arriesga no siempre gana porque quizás arriesgó de más.

Lecciones hay muchas, aprendí muchos caminos por donde no andar, todas las decisiones que no se deben de tomar y que cuando crees que la vida te da un golpe muy duro está apenas a punto de golpear.

Otro lo ha de lograr, pero yo no, pude llegar a ser muchas cosas pero feliz no fue una de ellas. Aunque muchas veces sentí la felicidad; estuve tan cerca que casi la pude tocar, se la llevó el primer amor y el segundo, me dije, seguro de vuelta la traerá, me lo dije de nuevo con el tercero y con el cuarto, y tantas más veces que no puedo contar. Hoy veo que nadie ni nada te puede dar lo que tienes que encontrar dentro de ti, que ninguna persona me arrebató la felicidad porque nunca fui feliz.

Creo que el sueño está regresando, las noches de insomnio siempre son por tener algo que escribir... no siempre es algo que quiera saber, o siquiera que algo que valga la pena leer, pero igual lo haré si con ello consigo dormir...

miércoles, 20 de marzo de 2013

Máscaras de porcelanas - Capítulo II -

En la antigüedad, las pesadillas eran consideradas como obras de monstruos; seres malignos y amorfos sentados sobre nuestro pecho. Estos seres, capaces de entrar en nuestra casa de noche mientras dormimos; pueden pasar por debajo de las puertas, lo ojos de las cerraduras o incluso se filtran entre las paredes. Colocando su  cuerpo; pesado como el plomo oprimiendo el pecho de su victima, evitan que se mueva y pueda respirar con tranquilidad, ocasionándole pesadillas.

Desde niño he tenido sueños extraños; pesadillas dirán otros, para mí tan sólo son diferentes. Algunos en verdad me han aterrado, pero tras todos estos años me siento acostumbrado. Me resulta de lo más normal despertarme agitado con recuerdos de sucesos inexistentes (pero reales en mi memoria) dignos de una historia de terror. Pero desde hacía ya un par de noches mis "sueños diferentes" giraban en torno a la misma persona... esa cara, ese pelo rubio, esos ojos verde claro... la misma niña, el mismo sueño.

Jamás había visto a una niña siquiera parecida a ella. No es extraño ver personas desconocidas en un sueño, lo raro es que esa misma persona siga apareciendo una y otra vez noche tras noche entre todos sueños. Al principio (no podría recordar hace cuanto) era tan sólo una imagen distante en el cuadro de todo mi recuerdo, pero fue ganando importancia en mis sueño (fuera o no pesadilla) hasta ser la actriz principal en cada uno de ellos, y últimamente, el mismo sueño, ya con esta tres noches seguidas inmerso en el mismo escenario, seguía sin entender su significado, sin saber quien era esa niña, donde la habría visto y porque no me la podía sacar de la cabeza.

Tarde otra vez, me lavaba la cara pensándolo detenidamente - Está bien, siendo tan tarde no tiene sentido intentar apurarme -. Sería una de esas raras ocasiones en que podría desayunar antes de irme a la universidad. Tampoco es que tuviera mucho de donde escoger; medio litro de leche, un cuarto de salchicha, quizá algo de queso, unos cuantos huevos y un poco de pan que con algo de suerte no estaría cubierto de moho. No es que me gustara la monotonía que presentaba mi nevera, pero desde que había comenzado a vivir solo fui perdiendo de a poco el gusto por la cocina, además con el pretexto perfecto de la falta de tiempo había adquirido el hábito de comer cualquier cosa en cualquier parte. Después de comer un par de huevos con salchicha (el pan ya estaba duro) estaba justo a tiempo para llegar tarde a la tercer hora, así que sin perder todavía más tiempo me fui a clases.

El trayecto de mi casa al colegio no es largo, pero como siempre lo camino con calma a modo que nadie que no supiera de mí pudiera adivinar el apuro de que debería tener. El Sol ya pegaba de lleno, - Un hermoso día soleado, desperdiciado en la escuela -. Estaba realmente cansado, con un poco de suerte sobreviviría las clases y regresaría a casa, a dormir... a no soñar con ella, quizá si otra pesadilla, pero no una con ella. Así me fui caminando... engañándome, fingiendo que no sabía que está noche sería como la pasada, y la noche anterior a esa, que la niña estaba aguardando por el momento en que estuviera dormido, para pasar a través del ojo de la cerradura, sentarse sobre mi pecho y sin dejarme respirar meterse en mis sueños sin permiso y probarme otra vez esa máscara.

viernes, 15 de marzo de 2013

Máscaras de porcelana - Capitulo I -

Siempre me ha gustado caminar; no hay mejor manera de conocer una ciudad que recorrerla despacio, intentando impregnarte con cada detalle, de cada figura de alguien conocido o algún extraño al que posiblemente nunca volverás a ver pero que en ese instante armoniza perfectamente con el escenario andado. Por eso acostumbraba caminar, así fuera sin un rumbo fijo, simplemente por el placer de encontrar nuevas cosas en cada estructura vieja y andada ya tantas veces. Sin embargo en está ocasión sabía perfectamente hacía donde iba; la casa de mi abuela, queda a unas cuantas calles y el camino lo he recorrido desde mi infancia por lo que, a mis 23 años conocía el camino como la palma de mi mano y podía recorrerlo aun con los ojos cerrados.

El motivo de mi visita, me di cuenta que no lo recordaba. - No importa, lo recordaré cuando llegue, o simplemente pasaré a decir hola - pensé mientras continuaba caminando. La plaza que se encuentra detrás de la casa de mi abuela siempre se encontraba llena de niños jugando en está época del año; con cada llegada del verano disfrutaban de pasear en bicicleta mientras la comida estaba lista, yo mismo lo hice en varias ocasiones. Por tal motivo fue mi extrañes al encontrarla vacía, no podría ser tan tarde a lo mucho serían las 18:30 y el Sol ni siquiera se había ocultado. De cualquier forma se encontraba totalmente desierta, como si de la nada todos tuvieran algo mejor por hacer en vez de disfrutar de la tarde. De igual forma no reparé mucho en este hecho y continué mi camino, ya estaba muy cerca.

Al llegar por fin a la casa me recibió la misma historia, parecía no haber nadie. Esto me pareció aún más extraño, por lo general solía haber alguien; ya fuera mi abuela, alguna de mis tías o mi madre, esa casa es el punto de reunión por excelencia para toda la familia. La puerta se encontraba abierta, - Después de todo puede que si allá alguien en casa - me dije, y entré sin preguntar ni tocar, como siempre hago en esa casa.

La figura de una niña rubia me recibió, sentada en la mesa dando directamente hacía la puerta que acababa de cruzar. No la conocía, de hecho no recordaba haberla visto antes; llevaba un vestido negro adornado con olanes blancos, tendría si mucho 5 años y por su cara redonda de tes clara y su vestimenta por un momento me pareció una muñeca de porcelana. A pesar de encontrarse sola en el cuarto no pareciera estar asustada y si bastante cómoda con mi presencia, me acerqué a esa pequeña figura, - ¿Vienes con tu mamá? -  pregunté a la chiquilla, me parecía bastante obvio que si, pero no encontré otra manera de comenzar una conversación. La pequeña no me contestó, - ¿Cómo te llamas? -, tampoco hubo respuesta; de hecho permanecía inmóvil, como si no se percatase de que yo también estaba en esa habitación con ella. Al notar su indiferencia me dispuse a buscar a alguien más por el resto de la casa, fue entonces cuando aquella niña se movió por primera vez; levantando sus brazos hacía mí, parecía que quería ayuda para bajar de la mesa... mi ayuda.

La alcé en brazos, era más liviana de lo que imaginé. Sus ojos verde claro miraban directamente a los míos castaños. Esos ojos, lejos de reflejar la mirada inocente de una niña pequeña, me devolvían un mirada fría, casi muerta, como la de aquellos ojos que cansados de vivir se conforman con mirar la vida sin ser partícipe de ella. No se inmutaba en lo absoluto, seguía contemplándome, como invitándome a  realizar el siguiente movimiento, por un momento estuve a punto de dejarla caer; la impresión fue tal que sentía que mis brazos se quedaban sin fuerzas, aun así no lo hice, reaccioné en el momento justo - Es tan sólo una niña -.

- ¿Dónde está tu mamá? - Seguía sin obtener una respuesta, sólo su mirada fija en la mía, - Bueno, te voy a bajar para buscar a los demás - Por fin se movió; comenzó a buscar algo en su bolsa, no me había percatado siquiera que llevara una - ¿O es qué antes no la llevaba? - Me pregunté, pero no tuve tiempo de pensar la respuesta pues la niña había encontrado lo que buscaba y lo estaba sacando de su bolsa. Una máscara blanca, de bordes finos, tan sólo cubriría media cara... un antifaz, ese termino sería más correcto, era un antifaz de porcelana blanca. Me lo acercó a la cara, intenté alejarla pero mi única opción hubiera sido dejarla caer, así que finalmente logró ponérmela.

Apenas sentí aquella máscara sobre mi rostro gritos estremecedores comenzaron a escucharse a mi alrededor, instintivamente cerré los ojos; luces brillantes intentaban penetrar mis parpados. No sentía ya peso en mis brazos, la niña había desaparecido y ahora me encontraba sólo en medio de ese concierto de carcajadas aleatorias y alaridos. Mi desesperación fue en aumento (sobra decir que mi miedo también), intentaba con todas mis fuerzas quitarme ese antifaz pero no podía; tiraba y tiraba mientras gritaba pero mi boca no emitía ningún sonido, no podía abrir ya mis ojos; era como si todos mis sentidos se fueran apagando de a poco. - Un ultimo tirón - dije, y juntando lo que me restaba de fuerzas logré arrancarme la máscara.

Desperté, mi almohada estaba mojada por el sudor, mi cama hecha un lío daba fe de la noche agitada que tuve, el Sol entraba de lleno por la ventana; seguro se me había hecho tarde. Tenía esa extraña sensación de estar más cansado que antes de dormir, había sido culpa de esa pesadilla, un terrible sueño, pero a fin de cuentas sólo eso, sólo un sueño.

jueves, 7 de marzo de 2013

Máscaras de porcelana - Prólogo -

Dormirás un promedio de 23 años a lo largo de tú vida, eso significa que te acostarás a dormir alrededor de 25,185 veces y tendrás unos 251,850 sueños antes de morir. Es algo realmente difícil de comprender; después de todo, entre los miles de sueños que tenemos, sólo un puñado de ellos llegan a ser recordados al momento de despertar y  de ellos, pocos estarán aún en nuestra memoria al momento de salir de casa. Y así, con el tiempo, la lista se va acortando de a poco; algunos sueños durarán presentes un mes, otros estarán contigo unos días, algunos tan sólo unos minutos y a la gran mayoría nunca ocupará un espacio en tu memoria una vez hayas dejado de soñarlos.

Un escenario un tanto desalentador, tantos deseos, tantas ideas e ilusiones que nacen y mueren en la mente quizá sin siquiera tener consciencia de ello y, obviamente sin poderlos transmitir a alguien más, sin poder expresar esos deseos que inconscientemente todos hemos tenido, por él simple y trágico hecho de no recordarlos.

Esta es la historia de la inmensa mayoría de nuestros sueños; nacen dramáticamente de nuestros recuerdos y deseos, viven intensamente y nos hacen sentir que son reales, y mueren inevitablemente en soledad.

Aun así, existen un pequeño grupo, unos cuantos sueños logran sortear ese cruel destino, inevitable para el resto de sus hermanos y quedarán tatuados a fuego en nuestra memoria; persiguiendonos... asechandonos... no permitirán ser olvidados y siempre estarán recordando que existieron, que alguna vez fueron... y que aún siguen allí. Sueños maravillosos, sueños incomprendidos, sueños... como este...