viernes, 15 de marzo de 2013

Máscaras de porcelana - Capitulo I -

Siempre me ha gustado caminar; no hay mejor manera de conocer una ciudad que recorrerla despacio, intentando impregnarte con cada detalle, de cada figura de alguien conocido o algún extraño al que posiblemente nunca volverás a ver pero que en ese instante armoniza perfectamente con el escenario andado. Por eso acostumbraba caminar, así fuera sin un rumbo fijo, simplemente por el placer de encontrar nuevas cosas en cada estructura vieja y andada ya tantas veces. Sin embargo en está ocasión sabía perfectamente hacía donde iba; la casa de mi abuela, queda a unas cuantas calles y el camino lo he recorrido desde mi infancia por lo que, a mis 23 años conocía el camino como la palma de mi mano y podía recorrerlo aun con los ojos cerrados.

El motivo de mi visita, me di cuenta que no lo recordaba. - No importa, lo recordaré cuando llegue, o simplemente pasaré a decir hola - pensé mientras continuaba caminando. La plaza que se encuentra detrás de la casa de mi abuela siempre se encontraba llena de niños jugando en está época del año; con cada llegada del verano disfrutaban de pasear en bicicleta mientras la comida estaba lista, yo mismo lo hice en varias ocasiones. Por tal motivo fue mi extrañes al encontrarla vacía, no podría ser tan tarde a lo mucho serían las 18:30 y el Sol ni siquiera se había ocultado. De cualquier forma se encontraba totalmente desierta, como si de la nada todos tuvieran algo mejor por hacer en vez de disfrutar de la tarde. De igual forma no reparé mucho en este hecho y continué mi camino, ya estaba muy cerca.

Al llegar por fin a la casa me recibió la misma historia, parecía no haber nadie. Esto me pareció aún más extraño, por lo general solía haber alguien; ya fuera mi abuela, alguna de mis tías o mi madre, esa casa es el punto de reunión por excelencia para toda la familia. La puerta se encontraba abierta, - Después de todo puede que si allá alguien en casa - me dije, y entré sin preguntar ni tocar, como siempre hago en esa casa.

La figura de una niña rubia me recibió, sentada en la mesa dando directamente hacía la puerta que acababa de cruzar. No la conocía, de hecho no recordaba haberla visto antes; llevaba un vestido negro adornado con olanes blancos, tendría si mucho 5 años y por su cara redonda de tes clara y su vestimenta por un momento me pareció una muñeca de porcelana. A pesar de encontrarse sola en el cuarto no pareciera estar asustada y si bastante cómoda con mi presencia, me acerqué a esa pequeña figura, - ¿Vienes con tu mamá? -  pregunté a la chiquilla, me parecía bastante obvio que si, pero no encontré otra manera de comenzar una conversación. La pequeña no me contestó, - ¿Cómo te llamas? -, tampoco hubo respuesta; de hecho permanecía inmóvil, como si no se percatase de que yo también estaba en esa habitación con ella. Al notar su indiferencia me dispuse a buscar a alguien más por el resto de la casa, fue entonces cuando aquella niña se movió por primera vez; levantando sus brazos hacía mí, parecía que quería ayuda para bajar de la mesa... mi ayuda.

La alcé en brazos, era más liviana de lo que imaginé. Sus ojos verde claro miraban directamente a los míos castaños. Esos ojos, lejos de reflejar la mirada inocente de una niña pequeña, me devolvían un mirada fría, casi muerta, como la de aquellos ojos que cansados de vivir se conforman con mirar la vida sin ser partícipe de ella. No se inmutaba en lo absoluto, seguía contemplándome, como invitándome a  realizar el siguiente movimiento, por un momento estuve a punto de dejarla caer; la impresión fue tal que sentía que mis brazos se quedaban sin fuerzas, aun así no lo hice, reaccioné en el momento justo - Es tan sólo una niña -.

- ¿Dónde está tu mamá? - Seguía sin obtener una respuesta, sólo su mirada fija en la mía, - Bueno, te voy a bajar para buscar a los demás - Por fin se movió; comenzó a buscar algo en su bolsa, no me había percatado siquiera que llevara una - ¿O es qué antes no la llevaba? - Me pregunté, pero no tuve tiempo de pensar la respuesta pues la niña había encontrado lo que buscaba y lo estaba sacando de su bolsa. Una máscara blanca, de bordes finos, tan sólo cubriría media cara... un antifaz, ese termino sería más correcto, era un antifaz de porcelana blanca. Me lo acercó a la cara, intenté alejarla pero mi única opción hubiera sido dejarla caer, así que finalmente logró ponérmela.

Apenas sentí aquella máscara sobre mi rostro gritos estremecedores comenzaron a escucharse a mi alrededor, instintivamente cerré los ojos; luces brillantes intentaban penetrar mis parpados. No sentía ya peso en mis brazos, la niña había desaparecido y ahora me encontraba sólo en medio de ese concierto de carcajadas aleatorias y alaridos. Mi desesperación fue en aumento (sobra decir que mi miedo también), intentaba con todas mis fuerzas quitarme ese antifaz pero no podía; tiraba y tiraba mientras gritaba pero mi boca no emitía ningún sonido, no podía abrir ya mis ojos; era como si todos mis sentidos se fueran apagando de a poco. - Un ultimo tirón - dije, y juntando lo que me restaba de fuerzas logré arrancarme la máscara.

Desperté, mi almohada estaba mojada por el sudor, mi cama hecha un lío daba fe de la noche agitada que tuve, el Sol entraba de lleno por la ventana; seguro se me había hecho tarde. Tenía esa extraña sensación de estar más cansado que antes de dormir, había sido culpa de esa pesadilla, un terrible sueño, pero a fin de cuentas sólo eso, sólo un sueño.

3 comentarios:

  1. Realmente lograste dar la impresión que buscabas, muy buena historia… espero con ansias el siguiente capitulo.

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  2. Muchas gracias por sus comentarios... espero que la historia les siga gustando. Dentro de no mucho el siguiente capítulo!!

    Un saludo

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