jueves, 8 de agosto de 2013

Máscaras de Porcelana - III -

Moras; seres malignos, brujas quizás, se deleitan paseando por las noches en búsqueda de una víctima que atormentar. Pudiéndose disfrazar de prácticamente cualquier cosa; desde una mariposa, una mata de pelo o un perro, una vez encontrada la pobre alma adoptan la forma de su preferencia y se introducen en su habitación para causarle pesadillas.

Un relato popular de Europa cuenta del como un hombre atormentado por una de estas brujas noche tras noche, y cansado de vivir sólo entre pesadillas decide huir de su pueblo sin nada más que un morral con todo su dinero y su yegua, la cual montaba de pueblo en pueblo con la esperanza de escapar de su suplicio. Aún así no lograba conseguirlo, cada noche persistían sus pesadillas, pareciera no poder escapar de ellas por más lejos que hiciera correr a su yegua. Cierta noche solicitó posada en una casa, y el dueño de ésta. al oír al señor quejarse en medio de una de sus habituales pesadillas decidió entrar a la habitación. Cuál fue su sorpresa al ver como una espesa mata de pelo blando se aferraba a la boca del pobre hombre impidiéndole respirar, sin saber exactamente que era, tomó sus tijeras y cortó por la mitad dicha mata pudiendo de está manera quitarla. A la mañana siguiente, ambos trozos habían desaparecido y el hombre que hasta ahora había sido atormentado, ahora agradecido por ser salvado, decidió volver por fin a su casa, pero al entrar al establo sólo encontró a su yegua muerta. Comprendió entonces el porque le había sido imposible librarse de la Mora hasta ahora, pues todo este tiempo había estado viajando sobre su lomo.

Cap. III

Tan cansado como de costumbre, esa cama me espera como cada noche para arrebatarme las últimas horas del día con la promesa de un buen descanso y un bello sueño, promesa que no había cumplido desde hacía ya mucho tiempo.

Llegué a casa después de sufrir las clases, sobre mi cama había una nota, -Duerme- decía. Seguramente me la dejó ella, quizá fue muy precipitado de mi parte el haberle dado la llave de mi casa después de tan sólo un par de meses saliendo, pero me gustaban las sorpresas que me daba al llegar y encontrarla tendida en mi cama. Hoy estaba sólo la nota, Duerme... siempre me decía que pareciera estar muriendo de sueño y tal vez tenía razón, mis bostezos continuos y mis ojeras perpetuas daban cuenta de ello. Decidí darme un baño antes de recoger un poco la casa y quizá (seguramente no) preparar algo para la cena.

El agua caliente, casi hirviendo; me relajaba, al mismo tiempo que quitaba de a poco las ganas de salir de la ducha; 30, 40 minutos, no lo sé, el tiempo pasa muy rápido allí dentro. Una vez (por fin) salido del baño, y saltándome la parte de alzar las habitaciones, fui directo a la cocina en busca de lo que sobró de ese salchichón pero para mi grata sorpresa la nota sobre mi cama no había sido lo único que me habían dejado, sobre la barra de mi cocina se encontraba un gran plato hondo lleno de espagueti, - Darle esas llaves ha sido la mejor decisión de mi vida - me dije. Comí todo lo que pude, guardé el resto para la mañana y me fui a dormir, la limpieza como cada día se aplaza un día más.

- La máscara... la máscara... la máscara -.

La voz de una niña no dejaba de perseguirme, incisivamente penetraba en mis oídos, y yo intentando alejarme de ella corría por callejones oscuros, pero sin importar lo mucho que lo hiciera su voz continuaba atormentándome: - la máscara... la máscara... la mascara - Cada vez parecía más insistente, más desesperada, era como si esperara algo de mí y su sentimiento de urgencia despertaba en mí cierta compasión y ganas por complacerla, tan sólo quería hacer que callara; si tan sólo supiera que es lo que quería.

Maldición, un callejón sin salida, su voz se intensificaba, mientras yo estaba acorralado, recargado sobre la pared suplicando que se callara. Tapaba mis oídos, gritaba hasta el punto de hacer doler mi garganta, pero no importaba; su voz era más intensa que el grito más fuerte que pudiera sacar, mi cabeza dolía, mis ojos ardían y parecían querer explotar. - ¿¡Qué quieres!?, ¡Basta!, ¡Por favor para! - Lágrimas de desesperación comenzaron a brotar mientras me enroscaba en una de las esquinas del callejón intentando resignarme a la tortura. Ya sin ninguna esperanza cerré mis ojos mientras seguía llorando, la voz pareciera hacerse cada vez más y más distante, llegado un punto dejé de escucharla y abriendo los ojos pude notar el lento girar del abanico de mi techo; rotaba tan lentamente que no se percibía en medio del sofocante calor de mi habitación, no importaba, al menos al fin estaba despierto.

Me levanté por un vaso de agua sin prender la luz, había estado sudando tanto durante mi sueño que me sentía deshidratado. Me senté en una de las sillas de la cocina mientras bebía e intentaba calmarme un poco, mi corazón aún latía fuertemente y así seguro no conciliaría el sueño. Prendí la TV, nada, sólo infomerciales, de igual manera nunca me gusta nada que haya en ella, tan sólo quería algo de luz y ruido para distraerme. Cuando terminé mi bebida llené el vaso nuevamente y regresé a la cama sin siquiera apagar la TV; su luz azulada y parpadeante guiaba mi camino de vuelta a mi habitación, a mi celda. Me disponía a dejar el vaso sobre mi mesilla de cama pero este nunca llegó a ese lugar, mi sorpresa hizo que se cayera de mi mano y se estrellase contra el suelo, - ¡No puede ser! - grité mientras llevaba mis manos a la cabeza, debo estar perdiendo la razón. Por más imposible que pareciera, sobre mi mesilla... allí, justamente donde hubiera puesto mi vaso con agua, del cual ahora sólo quedaban trozos de vidrio que pisaba descalzo... allí estaba esa maldita máscara de porcelana.

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